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El fundamento de la comunicación

Oír es precioso para el que escucha. Proverbio egipcio


CONFIESO QUE me cuesta escuchar. A menudo me descubro, en plena conversación con alguien, pensando en mis cosas, deseando que termine, prestando atención a medias (o a cuartos). Luego me pesa, porque sé que es básico y necesario dar a cada persona la atención que merece a través de una escucha atenta y respetuosa. Qué puedo decir, salvo que me he propuesto mejorar. Quiero aprender a escuchar, así que lanzo esta pregunta: ¿Qué significa saber escuchar?


En primer lugar, creo que significa no ser selectivo, no escuchar solo aquellas opiniones que coinciden con las mías, o dedicar tiempo a conversar únicamente con quienes se visten como yo, comparten mis gustos y aficiones, mi fe o mi visión del mundo. Qué tentador es dejar de hablar con ciertas personas, o interrumpirlas cuando expresan conceptos que no compartimos. Pero aunque no nos guste lo que oímos, es vital que escuchemos con respeto y paciencia a todo el mundo.

Saber escuchar significa saber callar. Pero callar activamente, no en plan escucha pasiva sino atenta, comprensiva, empática, dejando a un lado lo que yo soy, mis preocupaciones, mis intereses, mis prioridades y mi agenda. Como sucede en las demás cosas de la vida, en la comunicación también el yo, solo yo y nadie más que yo, es el enemigo a batir. Saber escuchar es ponerme a mí mismo en un segundo plano para dar el protagonismo a mi interlocutor.

Es también aprovechar el tiempo en que callamos para pensar bien qué vamos a decir. Porque lo típico de comentar a la otra persona lo que creemos que debe hacer, o enseñarle a pensar como nosotros pensamos, o decirle una frase lapidaria que ponga de manifiesto nuestro juicio de valor sobre lo que nos está diciendo, es tan malo (si no peor) que no escuchar en absoluto. Lo sé por experiencia. El efecto sobre quien habla resulta descorazonador, en lugar de motivarle positivamente, que es el fin de toda comunicación: dejar una huella para el bien.

Saber escuchar parte de una base: ponerse en el lugar del otro. Intentar comprender lo que siente, lo que piensa, lo que ha vivido, para que pueda confiar en nosotros. Porque esa confianza es nuestra puerta de entrada para poder llevarle con delicadeza a los pies del Señor.

Y ahora voy a leer lo que acabo de escribir, que me hace mucha falta saber escuchar.

“Es una necedad y una vergüenza responder antes de escuchar”(Prov. 18:13).


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