El descontento

Nada me parecía bien aquella mañana mientras trabajaba en el jardín. Ni siquiera la cálida franja de luz, que por un momento iluminó el celaje que cubría el jardín, y le daba cierta apariencia tétrica, logró emocionarme.
Estábamos entrando en la primavera, y el jardín se mostraba deslucido y mustio ante mi visión pesimista. Mientras avanzaba por entre la hilera de árboles y arbustos caducifolios tratando de recoger hojas muertas y esquivar el aire gélido que me azotaba, eché un vistazo al entorno. Me dio tristeza contemplarlo así: silencioso, bajo los retazos de una nieve vieja que insistía en quedarse. Semejaba un muerto arropado bajo una sábana macilenta y estrujada. Las ramas desnudas y con apariencia de hueso del peral de callery parecían burlarse de mí.
Sin duda, el desánimo se había confabulado con el aire helado y ahora sobrevolaban el jardín, envenenándolo todo. ¡Qué desánimo sentía!
Ver aquel cielo ceniciento y apático, ver el jardín consumido por el largo invierno, no solo debilitaba mi espíritu. ¡Me enfadaba!
Comencé a quejarme. Me quejé del invierno que se alargaba más de lo que yo podía soportar, del sol que no salía, de los tulipanes que no crecían. Entonces, volví la vista hacia el cielo y, enfadada también con Dios, exigí de él un milagro. ¿Por qué Dios no hacía algo por cambiar el panorama? ¡Cuánto tenía que aprender! ¡Qué comportamiento infantil el mío! Reflexioné: “Gracias a Dios, el desarrollo espiritual comienza con la determinación de dejar que el Espíritu Santo obre en nuestra vida”. Pablo nos recuerda: “Nos salvó… por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5).
La persona que vive con una constante queja en sus labios hace infeliz a quienes le rodean. La gente huye del quejoso, porque crea un ambiente desagradable. Además de que la queja y el negativismo sumergen el espíritu del cristiano en un descontento perpetuo, Dios no puede bendecirnos si insistimos en albergar un espíritu que lo deshonre. “Alegraos, justos, en Jehová y alabad la memoria de su santidad” (Sal. 97:11, 12)
Luz está sembrada para el justo, y alegría para los rectos de corazón. Alegraos, justos, en Jehová, y alabad la memoria de su santidad. Salmo 97:11, 12
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