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La Bruja de Wall Street – 2


*La bruja* de Wall Street, de quien hablamos en el mensaje anterior, consideraba que no era su deber pagar impuestos. Era extremadamente avara. Cambiaba a menudo de lugar de residencia para evitar el pago de impuestos de sus numerosas propiedades. Cuando tenía treinta y tres años se casó con Edward Henry Green, otro multimillonario. Edward sentía que su matrimonio con Hetty era un acuerdo *muy interesante*. Detectó en su esposa una sagacidad innata para los negocios, y se propuso enseñarle los secretos de la prosperidad financiera. Jamás se imaginó con quien se había juntado. Un año le bastó a *la bruja* para arrebatarle a su marido el control de todos sus negocios. Hasta que un día en que su esposo no siguió su consejo en una operación de compra de acciones de una empresa ferroviaria, lo echó a la calle. El desdichado Edward terminó sus días en una pensión para pobres.


Así continúo la historia, hasta que finalmente *la bruja* se fue a vivir con una amiga rica, la condesa Anne Leary. Aquella fue la última vez que vivió en un ambiente agradable, comió tres veces al día, y durmió en una cama cómoda y limpia. Pero no fue la amistad la que la llevó a vivir con su amiga, sino consumar su plan de no pagar impuestos al gobierno. Después de una larga y costosa lucha por parte del gobierno para cobrarle los impuestos por su fortuna, *la bruja* se salió con la suya. Puesto que había dejado todo a su único hijo Ned y que no tenía domicilio registrado, fue imposible para el Estado de New York identificar su residencia.


La fidelidad del cristiano se refleja en los pequeños detalles de la vida. Aunque nuestra ciudadanía está en los cielos. (Fil 3:20) aún vivimos en esta tierra. Por lo tanto, tenemos una serie de responsabilidades que debemos cumplir fielmente. ¿Eres un ciudadano responsable para con tu país? Que al final de nuestras vidas Dios pueda decirnos: ¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! En lo poco has sido fiel; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu Seños! (Mateo 25:21)


Por eso mismo pagan ustedes impuestos, pues las autoridades están al servicio de Dios, dedicadas precisamente a gobernar (Romanos 13:6)


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