Rabietas, berrinches y pataletas

¿Qué es? Es una tormenta emocional que suele producirse en niños pequeños cuando no son capaces de controlar su miedo o su ira.
¿Qué síntomas tiene? Típicamente hay llanto intenso, pataleo, agresión contra otros o contra sí mismo (darse de cabezazos contra el suelo, patear una pared), gritos. Muchas veces el niño rechaza el consuelo, no quiere brazos, golpea o rehuye a los que se le acercan, llora más si intentamos hablarle... Es posible que, una vez empezada la rabieta, el niño no pueda parar ni aunque le concedamos lo que la había provocado.
¿Tengo que preocuparme? No. Las rabietas son una conducta normal en niños pequeños, entre año y medio y cuatro años (sobre todo entre los dos y los tres). Casi todos los niños tendrán alguna.
No son malos niños, y no somos malos padres.
No es un síntoma de un «problema psicológico».
No están intentando tomarnos el pelo ni manipularnos ni nada por el estilo. Dejarán de tener rabietas cuando crezcan.
¿Qué puedo hacer yo? Sobre todo, no pierda la calma. Los niños tienen rabietas porque no saben manejar sus sentimientos ni expresarlos con palabras. Pero usted es un adulto, no puede tener rabietas, no puede ponerse a gritar, a llorar, a amenazar o a lanzar terribles imprecaciones. Es un niño, está llorando, los niños lloran, no pasa nada.
No es un «niño malo», no odia a sus padres, no han fracasado como padres... Simplemente, los niños lloran.
Evite todo lo que aumente la rabieta. Si no quiere que le hablen, no le hable; si no quiere que le toquen, no le toque. Pero si el niño lo permite y eso le calma, abrácele, háblele o dele consuelo como mejor pueda.
A veces es útil hablar del niño pero no al niño. Por ejemplo, hablar entre papá y mamá: «¿Sabes que Laura ha estado hoy en el tobogán?» «¿Ah, sí, ya sabe bajar por el tobogán?» «¡Sí, baja muy deprisa!». Eso suele hacer que el niño preste atención, se calme poco a poco y acabe interviniendo en la conversación.
Si ve que todo lo que intenta sólo consigue que se enfade más, pues no intente nada. Eso no quiere decir «dejarle llorar porque lo que tiene es cuento», sino simplemente respetarle, no hacer nada que obviamente le molesta. Quédese cerca si admite su presencia.
Por supuesto, evite que se haga daño o haga daño a otros o rompa cosas.
Ni que decir tiene que reñirle, amenazarle, castigarle o pegarle no sólo es inútil y cruel, sino que probablemente aumentará y prolongará la rabieta.
¿Se puede ceder ante una rabieta? Pues depende. Si el desencadenante fue que quería jugar con un mechero, evidentemente no se lo puede permitir por mucho que llore. Pero si simplemente quería ponerse la camiseta verde en vez de la roja, pues póngasela y ya está. No tema que «se salga con la suya», es bueno que los niños se salgan con la suya de vez en cuando. Al contrario, debería preguntarse si es usted el que está mostrando una conducta poco madura, al haberse obstinado el ponerle la camiseta roja.
¿Cuándo ir al médico? Nunca.
Si le parece que las rabietas son demasiado frecuentes y con muy poca provocación, o si sigue teniendo rabietas frecuentes después de los cuatro años, tal vez convenga consultar a un psicólogo infantil.
¿Qué hace el médico? Nada
¿Cuál es el tratamiento? Paciencia, cariño y tiempo.
¿Por qué pasa? La rabieta se produce cuando el niño es incapaz de controlar su ira o su rabia. Suele haber un desencadenante inmediato, el intento de desnudarlo en la consulta del médico, la negativa a comprarle una golosina... pero recuerde que eso sólo es la gota que colma el vaso; el niño ha estado aguantando docenas de frustraciones a lo largo del día («no toques eso, no te metas el dedo en la nariz, no, los caramelos no son buenos, lávate las manos, cuidado que lo vas a romper, cuidado que te vas a caer, guarda los juguetes...») hasta que no puede más y reacciona desmesuradamente a algo que «no era para tanto».
¿Cómo evoluciona? Normalmente se le pasará en unos minutos. En la mayoría de los casos se le pasará antes si hace algo para consolarle. A los pocos minutos de acabar la rabieta volverá a estar contento y feliz como si nada hubiera pasado.
Eso no demuestra que «era cuento», sino que no es rencoroso.
Algunos niños entre seis meses y cinco años (sobre todo antes de los 18 meses) dejan de respirar, «se privan», cuando lloran; es el llamado «espasmo del sollozo» o «espasmo del llanto». No lo hacen a propósito, no es teatro. Hay un tipo cianótico (se pone azul) que suele ser debido a la frustración; el niño llora unas pocas veces y deja de respirar.
En el tipo pálido, que suele ser producido por un dolor brusco e intenso (como darse un golpe mientras corría), el niño puede dejar de respirar sin haber llegado a llorar. En ambos casos el niño vuelve a respirar en unos segundos. No hay que hacer nada, ni echarles agua fría ni abofetearles ni intentar maniobras de reanimación. En los casos extremos (y muy raros), el niño pierde el conocimiento, y al perderlo vuelve a respirar.
¿Cómo se previene? Es probablemente imposible evitar todas las rabietas. Alguna habrá. Pero probablemente podrá evitar muchas si hace las cosas con tacto y diplomacia. No cuesta nada decir en tono alegre «ahora los juguetes se van a dormir a su casita» en vez de gritar enfadados «guarda todos esos juguetes de una vez». O «cuando acaben los dibujos vamos a lavarnos las manos y a cenar» en vez de «apaga ahora mismo la tele».
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