Vida subterránea

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Si alguno dice que está en la luz, pero odia a su hermano, todavía está en la oscuridad, 1 Juan 2: 9.
Aunque no le prestamos mucha atención, el mundo subterráneo es fascinante. La mayoría ni siquiera estamos conscientes de lo que sucede bajo nuestros pies pero si pudiéramos ver, descubriríamos que ahí la vida es muy interesante. Casi todos estamos tan atareados con las actividades de nuestro pequeño mundo que ignoramos esa realidad.
Muchos animales hacen sus hogares subterráneos: los perritos de la pradera, las ardillas, los topos, las tortugas, los sapos, algunas abejas y avispas, las lagartijas, las salamandras, los tejones, los gusanos, las hormigas y muchos más insectos. Sin embargo, millones de criaturas que no podemos ver sin un microscopio, también habitan el suelo bajo nuestros pies. En una cucharada de tierra encontramos miles de protozoarios microscópicos, ácaros que parecen arañas, pequeños nematodos, anquilostomas, etcétera. Se arrastran entre los granos de tierra o arena; consumen plantas y animales en descomposición, y a veces se comen entre ellos mismos.
Muchas de las criaturas que viven bajo tierra están equipadas con patas capaces de cavar; la marmota es un buen ejemplo. Otras, como las ardillas, no tienen patas fuertes pero usan sus dientes frontales para soltar y jalar la tierra, para luego patearla con sus patas traseras. Algunos animales subterráneos pueden arrojar la tierra bastante lejos. Por ejemplo, el sapo pata de pala excava el suelo hacia atrás para construir su casa.
Se queda bajo tierra durante el día y sale a cazar comida en la noche. Las 6,000 especies de lombrices enriquecen mucho el suelo. Por supuesto, las hormigas con sus complejas colonias subterráneas, son probablemente las criaturas que más notamos.
Así como los animales y los insectos subterráneos, algunas personas viven en lo que podríamos llamar oscuridad total. Sin la luz de Dios en sus vidas, sus mundos sí que son oscuros. Pídele hoy a Jesús que te ayude a encontrar a alguien que esté en una situación de oscuridad espiritual, y dar a esa persona la «luz» del evangelio. Basta con que compartas lo que Dios ha hecho en tu vida.
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